Esta noche podemos ser campeones

Era una noche de verano de 1983. Exactamente, el 14 de febrero, lunes de carnaval. Todos mis amigos de la secundaria y del barrio estaban advertidos que estaría muy ocupado, y que no iría a ningún lado ni quería ver a nadie.

El ritual, mi ritual, que llevaba ya algunos años, consistía en apropiarme de la Noblex Carina e ir al fondo de mi casa de González Catán, más precisamente a un pasillo estrecho y oscuro donde, en soledad, escuchaba los partidos.

Esto, claro, siempre y cuando se cumplieran como mínimo dos condiciones: la primera, que aguanten las cuatro Eveready medianas una vez más, sólo una vez más; la segunda, que enganche bien LS11 Radio Provincia de Buenos Aires, AM 1270, para escuchar a Varela y Barinaga.

Aunque para seguir el partido, esta vez, había varias opciones, ya que habían aparecido casi todas las emisoras de Buenos Aires con sus periodistas y relatores estrellas, muchos de los cuales abrigaban indisimuladamente la esperanza de que se consagre Independiente, empezando por LS5, Rivadavia.

Noche despejada, cálida, agradable. Antes de encender la radio, a dar todos los pasos "correspondientes" (el mundo sabe que todo Pincharrata tiene su propia "ceremonia"): colocarme una cinta con el nombre y los colores del club, ya media viejita, en la muñeca izquierda; sentarme en un "banquito" hecho de ladrillos comunes sueltos; mirar al cielo estrellado y preguntarme si esa sería la noche de Estudiantes.

Para mí, que por mi juventud no había alcanzado a disfrutar de la época de los tricampeones de América y campeones del mundo, era la gran oportunidad de ver a Estudiantes campeón por primera vez.

Bueno, lo mío ya está. Ahora a prender la radio; pero antes, a "alentar" a las pilas gastadas, con el grito de guerra de los minutos cero de las canchas: "vamos, vamos, Pincha, que vamos a ganar" (tres veces). Prendé, por favor... ¡Prendió! Ahora, a correr el dial hacia la derecha... ¡Enganchó! Con la tranquilidad de haber contribuido con mi parte, ahora todo estaba en manos del equipo del narigón.

La primera noticia no es buena, parece que no juega Herrera. Justo ahora se vino a lesionar. Bueno, cosas que pasan. Va un tal Gugnali. Está por empezar y ya quiero que termine... tengo que aguantar... son dos horas, a lo sumo.

El rival era Talleres, allá, en el estadio Córdoba, entonces llamado Chateau Carreras. Independiente, que venía un punto abajo del León en esta última fecha, también jugaba en Córdoba, en la cancha de Instituto, frente al Racing local.

Los primeros tiempos terminaron, ambos, cero a cero. Me parecieron de cuatrocientos cincuenta minutos en vez de cuarenta y cinco.

Empieza el segundo tiempo. "Estudiantes sale más decidido", comenta Barinaga. Y hay otra buena noticia: Amuchástegui adelanta al Racing cordobés en la otra cancha. Para aumentar mis nervios, las pilas avisan que no durarán mucho más, y, no se puede creer, la frecuencia empieza a mezclarse con un pastor evangélico, por supuesto, gritón.

¡Alabado, alabado sea el señor!... ¡Domina Sabella en el medio!... ¡Gloria a Dios y a su nombre!... ¡Pica Gottardi!... ¡Glorifícalo, glorifícalo!... ¡¡¡Penaaaalll! ¡¡¿¿Penal para quién??!!

Ya no se escuchaba a Varela. Emergencia: basta de sufrir con el pastor. La cábala es la cinta en la muñeca y armar el banquito de ladrillos; hoy no estoy obligado a seguir con Radio Provincia. Mientras corría el dial a la otra punta para buscar la transmisión de Victor Hugo, me tranquilicé: por el grito que pegó el relator, que llegó a tapar al pastor, sin dudas que era penal para nosotros.

Llego al momento en que Victor Hugo dice: "lo va a patear el Tata Brown"...; José Luis había errado alguno durante el torneo, pero nos había hecho gritar como nunca, de cabeza, en el conversado partido anterior frente a Vélez.

Vamos, Tata... tiene que entrar. "Brown frente a Comizzo. ¡¡¡¡¡Goooooooooooolllll!!!!" ... ahora que Independiente haga todos los goles que quiera. ¡¡No!! Que nos lo haga. Me voy a volver loco, que termine ya, por favor. Uh, falta casi todo el segundo tiempo todavía.

Sin embargo, Estudiantes manda en el partido. Está ordenado, espera sin correr riesgos y sale de contra. De repente me sorprendo tranquilo, dentro de lo que podía estar, con la radio casi sin pilas, pero adivinando que el equipo estaba seguro. Una corrida de Gottardi, que por suerte pude escuchar bien, significó el segundo. Ahora sí, aunque ningún Pincha cuenta los pollitos antes de que nazcan, estaba convencido de que no se escapaba.

El rojo lo dio vuelta y después se lo empataron: dos a dos. Poco importaba. El Pincha hacía correr los minutos y el relator ya mezclaba la narración del partido con hitos de la gloriosa historia albirroja. Dos a cero, final.

Esa noche no fui a La Plata ni a Buenos Aires. No era tan fácil ir para un pibe de Catán. Al otro día, me levanté no demasiado temprano y fui al kiosko de la plaza. En el camino recibí varias felicitaciones: en mi mundo yo era por entonces "el hincha de Estudiantes".

Compré "Estadio", "Crónica" y "Diario Popular". Pasaron más de treinta y cinco años y todavía los conservo. Miro las publicaciones amarillentas y me acuerdo de aquella noche de verano, de la radio, de los relatores, de los jugadores, de mis cábalas, de las pilas a punto de decir basta, de las interferencias, de mi festejo en soledad. Los campeonatos, dice el doctor, son para siempre.

En la tapa del Popular está la foto en blanco y negro de Miguel Ángel Russo, feliz, en calzoncillos, agitando una bandera albirroja en la vuelta olímpica. Hoy, su nombre identifica a la nueva filial matancera, y él se muestra agradecido por el reconocimiento.

Pablo Valaco

G. Catán, julio de 2019 

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