Decorando la bici

Para iniciar estas líneas es necesario exponer un par de actualizaciones de vocabulario que permitan el entendimiento intergeneracional: donde dice decorar o adornar, debe leerse plotear, y a los adhesivos o stickers los llamábamos calcomanías (ni siquiera "calcos"). Marketing, merchandising, store, shop y otros eran términos extraños o directamente desconocidos. Ahora sí, podemos comenzar.

Que te regalen una bicicleta era uno de los dos o tres acontecimientos extraordinarios de la infancia, y enseguida empezaba la campaña para personalizarla llenándola de accesorios (adornitos, bah...; accesorios parece mucho decir) que la identifiquen con vos. Por supuesto, en nuestro caso, había que atiborrarla de objetos rojos y blancos: cintas, bocina plástica, calcomanías para el plato y los caños, cubreasiento, chapitas para poner entre los rayos de las ruedas.

Hasta los colores no había ningún problema; pero, claro, si no había cosas específicamente del Pincha pasábamos por riverplatenses, y no era la idea. Y conseguir por entonces adornitos pinchas, en cualquier localidad de La Matanza, se presentaba como una empresa algo más complicada.

Y lo era por dos razones: por un lado, ya mencionado en estas remembranzas, porque no sumábamos tantos hinchas en territorio matancero; por el otro, la realidad marcaba que no había abundancia de estos accesorios o adornos con motivos de clubes de fútbol, cualquiera sea éste: gorro, bandera y vincha; banderines; algún llavero o encendedor para los adultos. Sumemos las figuritas, que también ya hemos recordado. Y no mucho más: faltaba todavía un montón para que se inicie el camino hacia la masividad de hoy, que tal vez hasta encontrás carátulas de Douglas Haig en el maxikiosko de la parada del bondi.

Tampoco era fácil para nuestras madres conseguir, por ejemplo, jugadores para decorar las tortas de cumpleaños, moda que tuvo un ciclo importante de vigencia en los años setenta. Se trataba de pequeños futbolistas de cotillón, de material plástico, identificados con tu club y con algún rival, para representar, entre las velitas de la parte superior del bizcochuelo, algún gol del team del pibe cumpleañero. Con los arquitos no había problema, ni tampoco para conseguir esa especie de grana verde que simulaba el césped, o el coco rallado para marcar el área... pero a los jugadores de Estudiantes había que encargarlos un par de semanas antes para garantizarse poder posarlos sobre la torta. Y de rival elegíamos a Boca o River, siempre abundantes, para no andar complicando la cosa.

Pero volvamos a la bici. Me tocó una "mini", bastante comunes por entonces; una vez ornamentada con cintas albirrojas que colgaban de ambos cubremanubrios y bocina plástica al tono, nos tomamos una tarde para rastrillar todas las librerías, mercerías y kioskos cercanos y no tanto, para intentar dar con "cositas" del Pincha, calcomanías o lo que aparezca. Al fin y al cabo, ahora ya no tenía que recorrerlas a pie.

El raid no arrancó con resultados favorables: en los primeros tres o cuatro lugares visitados tuve, aproximadamente, este diálogo.

- Buenas... ¿tiene calcomanías de Estudiantes?

- ¿Qué?

- Calcomanías de Estudiantes, para la bici. De Estudiantes de La Plata.

- No, no. De Estudiantes no tengo.

La cosa estaba complicada cuando encontré algunos amigos al pasar por la plaza y les conté mi "drama". Después de comerme alguna cargadita de rigor, uno de ellos me dice:

- ¡Chambón, vos tenés que ir a lo de Don Felipe!

- ¿A dónde?

- ¡Lo de Don Felipe, el de Valle y Cepeda! Si no tiene él, acá no conseguís.

Volé en mi flamante móvil al lugar sugerido. Don Felipe, un hombre de apariencia bastante mayor, tenía una voz gutural, seca, que a los chicos nos generaba, por decir poco, un gran respeto. Sentía como si estuviera por patear un penal en el minuto noventa. Así que me di aliento un par de segundos y traspuse la puerta, la cual hizo sonar una campanita que alertó al dueño a que viniera a atender.

- Bu... buenas.

- Diga.

- Sí. Yo, este... me regalaron una bici y... ¿tiene calcomanías de Estudiantes?

- ¿De Estudiantes?

- Sí... de Estudiantes de La Plata.

- ¡Ah! ¿Sos pincharrata? (Don Felipe acompañó la pregunta con una media sonrisa y me generó confianza).

- ¡Sí!, respondí.

- ¡Somos dos, pibe! -me dijo-. ¡Por supuesto que tengo!

El corazón me latía más fuerte. Don Felipe sacó un cajón donde había lo que tanto buscaba, y de varios motivos: el escudo tradicional, el del banderín, otra de un escolar (un "estudiante") sosteniendo una copa. Para mí era un tesoro...

- ¿Cuánto salen?

- ¡Llevalas!

- ¡Gracias!, le dije, sintiendo que me quedaba corto.

Y hasta hubo una yapa muy especial. Me pidió que lo espere un poquito y se fue a buscar algo. Era un póster de la revista "Goles" de algunos años atrás (en ese momento me parecía antiguo, ahora me doy cuenta que tendría no más que unos cuatro años de publicado) que me obsequió, "Estudiantes de La Plata 1970".

Demás está decir que salí doblemente exultante: mi modesta lista de vecinos y conocidos pincharratas se había agrandado, y además, al otro día iba a tapizar hasta el dorso plástico del espejito con mis calcomanías pinchas.

Mayo 2020

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