La primera camiseta 

(23/08/2019) Por Mariano Josch

Hay cosas que atesoras tras velos de tiempo, descuidadas en la memoria, esas esencias pequeñas que sin saber, fraguaron una costura en el espíritu para siempre. Pero un día brotan como un fulgor radiante, y uno sabe del aguacero de nostalgias que caerán sobre uno, revolviendo la sien nevada, debilitando músculos e impulsos...allá lejanamente, sobre un reloj inmóvil, una casita solita, pequeña, casi entristecida, apenas amparada, prendida a raíces asoleadas, a la savia marrón de la misma tierra, de tan chiquilla parecía gigante. Mientras yo zurcía mis quimeras de pibe a su madera reseca, fragancia a yuyo por sus hendijas de luz. Era un fin de 68, tórrido, asfixiante, sol de Diciembre sobre la arena húmeda y ladrillos sedientos, Isidro Casanova parecía un lugar enigmático, campiña de otro tiempo, con el filo demencial del mediodía cortando sus tardes, días de skippy, de dedos oscuros, húmedos, terrosos. No sabía aún, que en aquella casita iba ocurrir la revelación de la pasión para siempre... Vigilia de reyes, apiñada de pasto fresco, agüita fresca en un tarro, preludio de aquel momento, posiblemente como una conjunción cósmica, un instante inmóvil en el tiempo, el recuerdo fundido, perpetuo en la eternidad... La heladera Siam a querosén iluminaba las esquinas de la cocina sin terminar, sombras burlonas bailoteaban sobre los muros, fuera benjamines de la noche musitaban himnos de oscuridad. Indefinibles espíritus nocturnales, luciérnagas que desenredaban la noche lóbrega, y yo con mis fantasías de pelota y barrilete esparcidas sobre mi cama...La espera alzo en vuelo y el sueño se volvió existencia...Jamás supe porqué, y ya a estas alturas no importa ya, los tres reyes fantasmales, trajeron a mí el equipo de Estudiantes con botines sacachispas y todo ¡ Aun recuerdo el salto de la cama, y ponerme bajo la tenue luz amarillenta del entorno esa armadura albirroja, es casi imposible olvidar el instante, aquel vago recuerdo que está aquí, íntimamente en mi, se hizo carne y sangre con el tiempo, se instalo para siempre en mi, y perecerá en mi, así como este amor incondicional, que sin querer floreció en Isidro Casanova un verano del 69.

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