A la cancha con amigos

¿En Catán, en los años ochenta? Nooo...

Imposible. Uno no tenía la posibilidad de integrar una barra puramente albirroja.

¿Entonces?

Entonces, ir a la cancha con tus amigos significaba ir a ver un partido cualquiera, para hacerle la segunda a algún simpatizante de Boca o River. Y cuando llegaba tu turno, te acompañaban ellos a ver a Estudiantes. De local, ni soñando. De visitante, lo más usual era ir a verlo a Liniers o a Parque Patricios; y, como gran acontecimiento, a alguna otra cancha de Buenos Aires o Avellaneda.[1]

La movida representaba algunos problemas para resolver, aunque también ciertas satisfacciones. En cuanto a los primeros, sin ir más lejos, simplemente ir a la cancha era el primero de ellos. Porque, claro, vos ibas "al revés", muy probablemente tenías que compartir el viaje con hinchas locales, y, si bien no había ni por asomo el grado de violencia irracional de la actualidad, convenía no levantar la perdiz y ocultar gorritos, banderitas y cualquier cosa que te "marque" como pincharrata.

Un ejemplo de ello era tomar el Belgrano Sur hasta Estación Buenos Aires, camino al Ducó. En Catán subías tranqui, pero a partir de Lafe empezabas a olfatear el quemerío, que se hacía más evidente desde Madero, Lugano y Pompeya. Algo análogo sucedía con las líneas de la Ideal San Justo que te acercaban a Liniers, si jugábamos contra Vélez.

Un segundo punto algo traumático era el acceso: para ir a la popular visitante te obligaban a "dar toda la vuelta": vos veías la cancha a tu lado y sin embargo tenías que dar un rodeo increíble para juntarte con los hinchas de Estudiantes.

En caso de que te hubiera tocado ir a ver a River o a Boca, el punto era que no te excedieras en la gastada para con tus amigos, para que los espectadores que estaban cerca no te empezaran a poner mala cara. Punto difícil, imagínate estar en la doce y ver un gol de River en ese arco (recuerdo uno del colorado Vieta, jugando para River...) o al revés... pero a veces convenía aguantar para cargar a tus amigos y hacerlo cuando estabas un poco más cerca de La Matanza.

Si habías ido a ver al Pincha, la situación se invertía. Tenías que ver el partido con acompañantes intrusos, totalmente relajados, esperando la derrota para amargarte no sólo en la cancha sino en todo el camino de regreso.

Sin embargo, Estudiantes es Estudiantes. Y, como señalamos al comienzo, las satisfacciones siempre aparecen. Recuerdo una vez que le ganamos a Huracán uno a cero, con gol de Rubén Horacio Galletti en el segundo tiempo. Íbamos punteros y la nutrida tribuna de Estudiantes, que concentraba por lo menos dos tercios del público presente, fue una fiesta del principio al fin.

El "Pato", hincha de River ahí presente, esta vez no me va a poder decir nada, pensé. Pero sí, me dijo. Que cómo lo vive la gente, que cómo saben, que el viejo de él conocía a Galletti de Moll, Partido de Navarro. Que...

-Si yo no fuera de River -me dijo- seguro sería de Estudiantes.

Y bueno, uno puede emocionarse, pero no deja de ser Pincha, así que disimulé, lo miré sobrador y le contesté:

-Hay que ver si te lo permitiríamos, pibe. Mejor seguí con las gallinas, nomás. Esta hinchada no es para cualquier ignorante.


[1] Hay que explicarle al pinchaje más joven que hubo un tiempo en que los visitantes podíamos ir a las canchas...

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